jueves, junio 02, 2011

Como me lo contaron, te lo cuento I

La Llorona
Habría que decir que para aquellos patojos de ciudad era toda una aventura visitar el pueblo donde vivían sus abuelos y caminar por sus calles, polvorientas de día, oscuras y silentes de noche. Jugaban a ser valientes y correr de ida y vuelta al sitio de enfrente de la casa; un sitio lleno de milpas y mangales, sapos y gatos que se escondían entre las sombras asustando de vez en vez a los valerosos jugadores. De pronto se quedaban paralizados al escuchar el aullido de los coyotes en la loma y prestos zampaban la carrera para dentro de la casa entre ataques de nervios y risas. Al verlos alterados, el abuelo –un diablillo él- aprovechaba para contarles historias de miedo. Entonces todos se reunían en la salona para escuchar con atención la fascinante narración del anciano:

- Fíjense patojos que una noche, ya hace años, venía de regreso de inspeccionar la plantación de frijol a orillas del río Grande. En eso vi a lo lejos un bulto que se movió al costado del camino. Como estaba nublado el cielo no distinguía si era persona o animal lo que había allá adelante; era tal la oscuridad que la luz de mi candil apena lograba iluminar un par de metros, Por si las dudas cargué mi rifle… no vaya a ser un maleante, me dije. Para cuando faltaban unos treinta metros noté que se trataba de una figura femenina, eso porque alcancé a verle su larga cabellera negra y su vestido blanco, como un camisón de seda. En ese momento los coyotes empezaron a aullar de manera lastimera e incesante. Altivo, mi caballo, se negó a dar un paso más, se puso muy inquieto y jadeaba exaltado. Le zampé un par de chicotazos para obligarlo a caminar, sólo así lo hice andar de nuevo.

Le grité a la mujer:
-¡Buenas noches, chula! ¿qué hace a estas horas por acá y sola? Este camino es peligroso, hay mucho coyote suelto que baja del monte para buscar gallinas. Mejor váyase a su casa. Además va a llover y este río es traicionero, crece rápido.

La mujer no pronunció palabra, más bien se le escuchaba balbucear y sollozar al mismo tiempo. Altivo cada vez estaba más impaciente, nunca se había comportado así; relinchaba, brincaba y retrocedía, por más fuerte que le jalaba la rienda no lo podía controlar.
-¡Ah, caballo del demonio!
¡Como me tirés al suelo verás lo que te hago…!

De pronto la mujer se puso de pie. No podía ver su rostro porque el cabello se lo cubría. Un escalofrío recorrió mi esqueleto y por un momento tuve la sensación de ser de plomo, todo el cuerpo me pesaba.

Fue cuando a lo lejos escuché un grito desgarrador «¡Ay, mis hijos!»
El pavor invadió mi espíritu al ver que la mujer caminaba hacia mí, pero lo hacía sin que sus pies tocaran el suelo. Iba con los brazos levantados, como queriéndome bajar del caballo, Entonces le metí un par de espuelazos en los corvejones al Altivo y éste salió despepitado, como alma que se lleva el diablo.

A todo galope atravesamos el maizal de Don Vitalino, pero aún escuchaba a lo lejos ese espantoso grito seco que me helaba la sangre «¡Ay, mis hijos!». Para sorpresa mía sentí repentinamente unas manos frías aferrándose a mi cintura. ¡Era esa mujer! De un brinco se había encaramado en Altivo y me clavaba sus uñas en el estómago. Empecé a codearla y a lanzar golpes a diestra y siniestra esperando tener suerte y atinarle alguno en su horrible cara. No fue hasta que con la cacha de mi rifle le di un golpe en la frente haciendo que ella resbalara del caballo. Entrando ya al pueblo, allá por el puente de La Campana, supe que la había dejado atrás.

Cuando llegué a la casa todos me recibieron con sorpresa:
¡Que te pasó hombre! Si estás más blanco que un papel –dijo su abuela-
-María, traele agua de brasas al señor para el susto, pero correle chula…

Como pude les conté mi aventura.
-¡Dios bendito! –decían las mujeres santiguándose-
-¡Esa fue la Llorona vos! –decía la abuela- ¡Se te apareció la Llorona!

Diciendo esto cuando se escuchó muy fuerte un alarido tenebroso al pie de la puerta. Rápidamente las mujeres se sacaron el Rosario del delantal y empezaron a rezar para ahuyentar ese mal espíritu.

Está lejos la animala esa porque se oyó cerca el grito –dijo María-
Cuando se la escucha lejos es porque está cerca, y cuando se oye cerca es porque ya va lejos. ¡Vaya que no le gritó tres veces patrón! sino se lo hubiera ganado…

Poco faltó patoja, si no es por Dios y el Altivo que corrió como cachinflín, no la cuento.

Todos los niños estaban con la boca abierta, inmóviles, casi sin respirar, atentos al cuento del abuelo. Y nunca falta el tío malacate que se presta para hacer la típica broma pesada. Así el tío Ida pegó un grito que hizo brincar casi un metro del suelo a todos los patojos, unos incluso hasta lloraron del susto, pero al final todos pararon riéndose ante la chabacanada.

- Bueno, bueno, a dormir –dijo la abuela- porque poco falta para la media noche, no vaya a ser que se aparezca la Llorona gritando por acá…

Esas palabras fueron suficientes para que todos los patojos salieran despetacados a meterse a sus cuartos para dormir.

Mañana les voy a contar la historia de la Tatuana a estos ishtos –dijo el abuelo atacándose de la risa con sólo imaginarse asustados a los pobres patojos.

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