domingo, junio 05, 2011

Como me lo contaron, te lo cuento II

Dedicatoria Especial:
A Allan Martínez, quien radica en Madrid y gusta de los cuentos de miedo chapines. ¡Para que sigas recordando, paisano!


El Sombrerón
Martita, una patoja de diecisiete años, muy chula ella, tenía sedoso cabello negro que le cubría toda la espalda, unos grandes y hermosos ojos color miel, tez de porcelana, mejillas sonrosadas y una sonrisa a flor de piel. Vivía en un pueblito del oriente allá por los años cincuenta. Todos los días a eso de las 04:30 de la mañana iba a la noria a sacar agua. Le gustaba mucho ver el cielo oscuro cubierto de pecas blancas mientras hacía varios viajes acarreando agua para llenar la pilona de su casa.

En una de tanto ir y venir le sorprendió ver al otro lado de la calle un pequeño hombre vestido todo de negro, con botines de cuero y espuelas plateadas al lado de cada botín. Le llamó la atención el inmenso sombrero que tenía puesto y su guitarra, que pese a ser pequeña –como un requinto- se veía enorme entre sus brazos. Cantaba coplas de amor en forma de liras -habría que decir que muy bien entonado y con dulce voz, tanto, que encantaba a quien lo escuchaba cantar-, pero por las prisas Martita no se entretuvo con la canción y salió corriendo a su casa a seguir con sus quehaceres.

Esa noche, el hombrecito se asomó por el sitio de la casa de Martita, se encaramó por la enredadera que cubría el muro y saltó al patio. De puntillas llegó hasta el cuarto de la muchacha y a los pies de su balcón empezó a cantarle canciones de amor. Nadie más podía oírle, únicamente Martita, a quien quería enamorar.

Con los días la joven fue perdiendo el apetito, su piel ya no se veía igual, estaba delgada, demacrada y ojerosa, muy débil. Sin duda el embrujo del tzipitío estaba dando resultado.

Una mañana, Martita estaba comprando en la tienda de la esquina. Al verla la tendera le dijo:

- ¡Púchis, vos patoja! pero qué te está pasando, mirá nomás qué cara cargas. ¿No será que tenés empacho, mija…?

No doña Tenchita, lo que sucede es que hay un hombre que lleva días molestándome ¡no me deja en paz! me despierta en las noches con sus serenatas, a donde voy me lo encuentro y de la pura angustia se me va el hambre… Es que si mi papá se entera ¡me mata!

- ¡Pero hablá patoja, si hablando se entiende la gente! decíselo a tu tata y ya verás que a riatazo limpio te lo sacude de encima.

- Lo he intentado doña Tencha, sobre todo en las noches cuando me llega a despertar; pero cuando voy decidida a despertar a mis padres se arma un revuelo en los corrales y todo el mundo sale a ver qué ocurre. A lo mejor nos echaron una sal porque hasta los caballos y las mulas están ariscos y como cansados, ya no quieren trabajar, encima paso horas desenredándoles trenzas de las colas que a saber quién fregados les hace…

En eso Martita escuchó la canción y sobresaltada le dijo a la tendera: -¡Oiga usted, ahí está otra vez ese hombre!-. La señora con sorpresa dijo: ¡Yo no escucho nada...!

La joven buscó al hombre en los alrededores y lo divisó al otro lado de la calle, en medio de un terreno baldío. Había una zanja ancha y profunda por donde corría un pequeño río, este surco dividía la calle y el sitio. -¡Ahí está, mírelo!- señalando asustada al hombrecito.

- ¡Uy, no criatura! Metete a la casa que eso es cosa del demonio, yo no veo ni oigo nada. Ese seguro es el Sombrerón que te quiere ganar. ¡Claro! Con razón estás así de enferma.

- ¿Qué hago para que se vaya y no me busque más?

- ¡Ay, Dios mío! qué se hace en estos casos… ¡ah, ya sé! Salí y le pedís que haga algo imposible para vos, una tarea que él no la pueda cumplir, así se enfadará y se irá.

Martita se asomó a la puerta y le dijo al hombre: -Si mi amor deseas tener, un favor me has de hacer… Necesito me traigas agua del río en esa red donde llevas carbón. El tzipitío bajo al río para hacer lo pedido por la joven. Una y otra vez hundía su red en el agua pero no conseguía retener el líquido en ella. Entonces enfurecido saltó a la orilla de la zanja y lanzó con ira tres piedras hacia la tienda. Tal fue su enojo que las piedras traspasaron las paredes de la casa, incluso las del congelador donde al fondo de éste encontraron una de las piedras. El Sombrerón muy enojado montó su mula y se marchó. Nunca más volvió a perseguir a Martita.
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jueves, junio 02, 2011

Como me lo contaron, te lo cuento I

La Llorona
Habría que decir que para aquellos patojos de ciudad era toda una aventura visitar el pueblo donde vivían sus abuelos y caminar por sus calles, polvorientas de día, oscuras y silentes de noche. Jugaban a ser valientes y correr de ida y vuelta al sitio de enfrente de la casa; un sitio lleno de milpas y mangales, sapos y gatos que se escondían entre las sombras asustando de vez en vez a los valerosos jugadores. De pronto se quedaban paralizados al escuchar el aullido de los coyotes en la loma y prestos zampaban la carrera para dentro de la casa entre ataques de nervios y risas. Al verlos alterados, el abuelo –un diablillo él- aprovechaba para contarles historias de miedo. Entonces todos se reunían en la salona para escuchar con atención la fascinante narración del anciano:

- Fíjense patojos que una noche, ya hace años, venía de regreso de inspeccionar la plantación de frijol a orillas del río Grande. En eso vi a lo lejos un bulto que se movió al costado del camino. Como estaba nublado el cielo no distinguía si era persona o animal lo que había allá adelante; era tal la oscuridad que la luz de mi candil apena lograba iluminar un par de metros, Por si las dudas cargué mi rifle… no vaya a ser un maleante, me dije. Para cuando faltaban unos treinta metros noté que se trataba de una figura femenina, eso porque alcancé a verle su larga cabellera negra y su vestido blanco, como un camisón de seda. En ese momento los coyotes empezaron a aullar de manera lastimera e incesante. Altivo, mi caballo, se negó a dar un paso más, se puso muy inquieto y jadeaba exaltado. Le zampé un par de chicotazos para obligarlo a caminar, sólo así lo hice andar de nuevo.

Le grité a la mujer:
-¡Buenas noches, chula! ¿qué hace a estas horas por acá y sola? Este camino es peligroso, hay mucho coyote suelto que baja del monte para buscar gallinas. Mejor váyase a su casa. Además va a llover y este río es traicionero, crece rápido.

La mujer no pronunció palabra, más bien se le escuchaba balbucear y sollozar al mismo tiempo. Altivo cada vez estaba más impaciente, nunca se había comportado así; relinchaba, brincaba y retrocedía, por más fuerte que le jalaba la rienda no lo podía controlar.
-¡Ah, caballo del demonio!
¡Como me tirés al suelo verás lo que te hago…!

De pronto la mujer se puso de pie. No podía ver su rostro porque el cabello se lo cubría. Un escalofrío recorrió mi esqueleto y por un momento tuve la sensación de ser de plomo, todo el cuerpo me pesaba.

Fue cuando a lo lejos escuché un grito desgarrador «¡Ay, mis hijos!»
El pavor invadió mi espíritu al ver que la mujer caminaba hacia mí, pero lo hacía sin que sus pies tocaran el suelo. Iba con los brazos levantados, como queriéndome bajar del caballo, Entonces le metí un par de espuelazos en los corvejones al Altivo y éste salió despepitado, como alma que se lleva el diablo.

A todo galope atravesamos el maizal de Don Vitalino, pero aún escuchaba a lo lejos ese espantoso grito seco que me helaba la sangre «¡Ay, mis hijos!». Para sorpresa mía sentí repentinamente unas manos frías aferrándose a mi cintura. ¡Era esa mujer! De un brinco se había encaramado en Altivo y me clavaba sus uñas en el estómago. Empecé a codearla y a lanzar golpes a diestra y siniestra esperando tener suerte y atinarle alguno en su horrible cara. No fue hasta que con la cacha de mi rifle le di un golpe en la frente haciendo que ella resbalara del caballo. Entrando ya al pueblo, allá por el puente de La Campana, supe que la había dejado atrás.

Cuando llegué a la casa todos me recibieron con sorpresa:
¡Que te pasó hombre! Si estás más blanco que un papel –dijo su abuela-
-María, traele agua de brasas al señor para el susto, pero correle chula…

Como pude les conté mi aventura.
-¡Dios bendito! –decían las mujeres santiguándose-
-¡Esa fue la Llorona vos! –decía la abuela- ¡Se te apareció la Llorona!

Diciendo esto cuando se escuchó muy fuerte un alarido tenebroso al pie de la puerta. Rápidamente las mujeres se sacaron el Rosario del delantal y empezaron a rezar para ahuyentar ese mal espíritu.

Está lejos la animala esa porque se oyó cerca el grito –dijo María-
Cuando se la escucha lejos es porque está cerca, y cuando se oye cerca es porque ya va lejos. ¡Vaya que no le gritó tres veces patrón! sino se lo hubiera ganado…

Poco faltó patoja, si no es por Dios y el Altivo que corrió como cachinflín, no la cuento.

Todos los niños estaban con la boca abierta, inmóviles, casi sin respirar, atentos al cuento del abuelo. Y nunca falta el tío malacate que se presta para hacer la típica broma pesada. Así el tío Ida pegó un grito que hizo brincar casi un metro del suelo a todos los patojos, unos incluso hasta lloraron del susto, pero al final todos pararon riéndose ante la chabacanada.

- Bueno, bueno, a dormir –dijo la abuela- porque poco falta para la media noche, no vaya a ser que se aparezca la Llorona gritando por acá…

Esas palabras fueron suficientes para que todos los patojos salieran despetacados a meterse a sus cuartos para dormir.

Mañana les voy a contar la historia de la Tatuana a estos ishtos –dijo el abuelo atacándose de la risa con sólo imaginarse asustados a los pobres patojos.

miércoles, junio 01, 2011

Galas de Guatemala y su 9º Aniversario

Breve reseña del Proyecto Cultural y Fotográfico GalasdeGuatemala.com

Parque Centenario, Centro Histórico, Guatemala
Fotografía: Maynor Mijangos, www.galasdeguatemala.com
Surge la idea, a orillas del Lago de Atitlán en el año 2001, por crear un sitio sobre viajes personales del talentoso fotógrafo guatemalteco Maynor Mijangos y algunos de sus amigos web masters. La iniciativa era crear una galería fotográfica virtual que resaltara la belleza natural de Guatemala. Sin embargo no fue hasta el 1 de junio del 2002 que dio inicio el proyecto arrancando con una serie de fotografías capturadas en escenarios naturales de Panajachel y Santa Catarina Palopó, en Atitlán, Sololá.

Poco a poco y actualizando constantemente sus herramientas de trabajo, así como capacitaciones recibidas, Maynor Mijangos va haciendo crecer lo que ya no sólo sería una galería fotográfica, sino lo que se convertió en un Proyecto Cultural, un escaparate que presenta y representa lo mejor de Guatemala, las Galas de Guatemala.

Este ideal le valió a Mijangos para desarrollar un amor por Guatemala, por su gente, sus tradiciones y su cultura; motivando en él una sutil conciencia social, cívica y humanitaria  que logra transmitir en cada fotografía y video que realiza de manera espectacular.
Zona Viva, Guatemala
Fotografía: Maynor Mijangos, www.galasdeguatemala.com
Hoy por hoy, Galas de Guatemala recibe más 1,500 visitas diarias; son miles las personas que nos hemos recreado el espíritu en las maravillas de Guatemala atrapadas por la lente de Maynor Mijangos. Y para celebrar estos nueve años de compartir con su selecto público Galas de Guatemala apertura para todos sus visitantes, seguidores y amigos, una sección llamada: Fotos Gratis de Guatemala, donde se publicarán inicialmente 21 fotografías en formato .jpg en alta resolución (3000 x 2000 pixeles, aproximadamente) a 300dpi y totalmente libre de cargos de cobro.

Este stock fotográfico se distribuye bajo el modelo de la licencia Creative Commons 3,http://creativecommons.org/licenses/by/3.0/deed.es Por medio de la cual Mijangos concede derecho libre de distribuir, mezclar, modificar, y construir sobre esta foto, incluso con fines comerciales, siempre y cuando se le otorgue crédito por la creación original mediante la atribución siguiente: Fotografía: Maynor Mijangos, www.galasdeguatemala.com

¡Enhorabuena! a Galas de Guatemala y a su creador Maynor Mijangos.
Esperamos otros nuevos nueve años de espectaculares fotografías de nuestra querida Guatemala.
Sombra del Volcán de Agua
Fotografía: Maynor Mijangos, www.galasdeguatemala.com


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