sábado, julio 24, 2010

LEYENDAS MAYAS

La riqueza cultural de un pueblo permite una diversidad de leyendas. Guatemala posee una basta colección de leyendas y mitos, entre ellas las mitológicas, que son cimiento de la cultura y civilización Maya, cultura que ha sido de gran importancia para la humanidad, pues a ella debemos grandes aportaciones.

A continuación,  dejo una de tantas historias mayas que han trascendido en el país y que va encadenada hoy en día, a uno de los fenómenos naturales que se producen sobre las aguas del Lago de Atitlán. Se dice que que todos los días, a eso de las cinco de la tarde, una densa bruma cubre el lago y el oleaje se vuelve cada vez más feroz, es cuando se forman los xocomiles, pequeños remolinos con tal fuerza, capaces de hundir cualquier embarcación que se disponga navegar sus aguas a esa hora. Según la leyenda, esto sucede por obra de los dioses, quienes asi lo dispusieron para que las almas de dos jóvenes príncipes se amen en la más pura intimidad.


XOCOMIL

Bastó una mirada de fuego y sus corazones trepidaron al mismo son.

Aquella noche, siguiendo el murmullo de la voz del viento emprendía el viaje Utzil, príncipe cakchiquel, apuesto mancebo, valiente guerrero, sin más avíos que su arco y la misión de glorificar a su pueblo: con sus flechas, desgranar una mazorca haría mientras ésta en el aire estuviese suspendida, rito que en honor a Tohil1 celebraban los quichés.

Días de fatiga y soledad soportó durante la travesía. Dirigió sus pasos hacia Quiscap, un cristalino riachuelo, pues la sed malograr los designios de los dioses urdía. ¡Oh infortunio! de aquellas aguas limpias y frescas no quedaba más que lodo fétido y nauseabundo; aquel hombre que jamás había llorado ese día dejó caer una lágrima de desesperación y ansiedad más amarga que las flores de pito.

Desplomado sobre la tierra, de cara al cielo, un dulce y apacible sueño le envolvía. Fue entonces cuando apareció Chamalcan2 llevando un ánfora preciosa cuyo contenido era un delicioso líquido blanquecino y aromado el cual le hizo beber hasta la última gota. Despertóse poseído de una fuerza y de un poder extraño y decidió continuar su éxodo. Entre matorrales escuchó un lamento quejumbroso y triste, era un pobre caimán que como él horas antes moría de sed. Compadecido Utzil, le tomó en sus brazos depositándolo luego en las aguas del charco lodoso, las que al instante se tornaron azules y cristalinas creciendo de forma inusitada.

Llegó entonces a Kumarkaaj3, oró al dios del Sol y encaminó sus pasos al Palacio del Ajau Porón4 su corazón se excitaba al pensar en su amada Zacar, princesa quiché, la más bella de las orquídeas que brotan en los chaajs5 quicheleros.

Con el amanecer da inicio la ceremonia; todo el pueblo se reúne en el Palacio, nadie se percata de las miradas enardecidas de Utzil mismas que son retribuidas por los ojos de la hermosa virgen, a excepción de Chojinel, quien amaba a Zacar sin ser correspondido y furioso les veía. La danza inicia y los arqueros una fila forman, cada uno debe entregar una flecha a Utzil. Ajau Porón lanza al aire la mazorca, trece flechas sin granos la dejarían. Doce flechas cayeron sobre ella haciéndola bailar en los aires, la última la llevaba su rival Chojinel, quien en lugar de dársela a Utzil la deja caer al suelo.

Ciego de cólera el joven cakchiquel recogió la flecha hundiéndola luego en el pecho a Chojinel. El pueblo y los Ajaus pedían la vida del imprudente extranjero que se había atrevido a ofender a los dioses. En medio de la trifulca, Utzil saltó a la tribuna y tomó entre sus brazos a Zacar, huyendo para siempre.

Al llegar al final del territorio quiché se topó con un inconveniente, el desierto que había atravesado días antes ya no existía, en su lugar se encontraba ahora un lago de aguas verdes. A punto de lanzarse al agua iban cuando apareció el caimán, cuya sed calmó aquel día, éste ofreció su lomo para llevarlos a la otra ribera. Zacar y él no podían navegar sobre tan original embarcación. Ocultó a su amada en una caverna y fue en busca de una barca al otro lado del lago.

Volvió con el alba ambarina tripulando una canoa adornada con musgo y flores. Se dirigió a la gruta y grande fue su sorpresa al encontrar solamente los despojos de la doncella que la noche anterior había sido devorada por los coyotes. Loco de dolor,  sintió haber perdido para siempre el único eslabón que lo ataba a la vida, tomó los restos de Zacar sobre los que depositó sus besos. Llevó el cadáver hasta el picacho de la más alta cumbre y se arrojó a las aguas del lago que ese día estuvieron más verdes.

No hubieron más guerras entre quichés y cakchiqueles gracias al sacrificio de amor de los jóvenes príncipes. El Corazón del Cielo premió sus almas convirtiéndolas en viento ¡Vuelvan lustras almas a ese lago, porque ése es su reino! -dijo.

Desde entonces cuando Utzil a la hora del crepúsculo persigue a Zacar, sopla en el Lago de Atitlán un viento que juguetea con sus aguas al que los cakchiqueles llaman Xocomil6. Los dioses han dispuesto que dicho viento haga naufragar las embarcaciones para que sus tripulantes no puedan ser testigos de las íntimas y dulces horas de amor de Utzil y Zacar.



1 Tohil: dios del fuego creador.
2 Chamalcan: dios murciélago.
3 Kumarkaaj: señorío quiché.
4 Ajau Porón: sacerdote quiché.
5 chaaj: pino hembra.
6 Xocomil: viento fuerte que sopla sobre las aguas.

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